domingo, 1 de enero de 2012

Delirio de Cotard

Hubo un tiempo en que mi afán de beber libros se hacía tan extensa que decidí entonces comer las velas con el aire, encerrarme en el baño y secar los labios.
Me hice selectivo y brillante (suena “Nada del mundo Real”: “única vida…”) entonces comencé a asustarme de mi capacidad de dejar los lápices en las cajas de zapatos, y el piso de mi habitación, sucio, cada día más sólo para leer.
La claustrofobia se hizo apacible, me saludaba y me dejaba entrar; así terminaba con el cuento de la respiración y los ejercicios.
Inconcientemente me hice delgado y ciego, efecto de la búsqueda de letras pequeñas que por error tienen algunos libros de pequeño formato.
Los rastreros se sentaban al borde del inodoro vestidos de traje y sombrero de Bombin. Me hacían el festín de llegada y sus hembras servían el coctel.
Me armaba en mi cojín de porcelanato, azul y cemento, y comenzaba la lectura silenciosa. Era como un acto místico entre el cesto de la basura, el olor desagradable y la increíble capacidad de aquellos espectadores para escuchar mi lectura mental, donde posiblemente cada uno de nosotros era un personaje.
Sereno pasaba del asesinato al suicidio, a la poesía, de época en época, de trajes y género. Descubrí más de un misterio, me enamoré de más de una mujer poco hermosa, escuché la música en blanco y negro, hablé tantos idiomas.
Cuando llegaba la hora de encender las luces, no notaba que existía la electricidad, y que mi madre gritaba fuertemente buscándome. Ella no me encontraba hasta luego de un rato, cansada, sin pensar que estaba a sólo dos puertas de la cocina.
Ya la comida fría, andaba entre un capítulo que la hacía poco interesante, y la dejaba pasar.
No llegaba el fin hasta que trágicamente mi mano derecha sentía menos peso, y la izquierda empezaba a llevárselo temerosa de los acontecimientos por venir. Se regeneraba mi claustrofobia, la sensación de las papilas gustativas, y de nuevo temblaba hambriento.
¿Ahora que leeré?
Me transformaba en autista, recreaba las escenas de los libros y miraba la biblioteca repetitiva. Ya unos están en mi memoria, otros, en la del olvido por no satisfacer.
Ahora sufro la ansiedad de nuevas historias, la abstinencia. Mis espectadores se encontraban patas arriba, tan pequeños, tan desnudos, y las copas ¿Donde están las copas?...
Delirio. Se encienden las luces.

1 comentario:

Unknown dijo...

waw lu!!! que bueno que esta!!!! creo que todos los escritores y lectores tenemos esa locura Delirio. algunos se controlan mas que otros.
Llegar a hablar de autismo.. cada cual tiene ese grado de autismo.
la verdad buenisimo!!!
somos hermanos apellido D'lirio.