sábado, 18 de febrero de 2012

Las puertas y el sueño otra vez


Sonando… Tragicomedia “piensa que soy un sueño, sueña que pienso, mándame un beso, llámame un día de estos, estoy en el metro sin cobertura y en la parada de tu cintura ya derramé esta triste figura, cuéntame un cuento, dame locura, porque sino luego me lo invento

Había más de una puerta en la habitación: una daba al baño, la otra a la cocina y una más pequeña a la salida hacia el patio de atrás. Parecía extraño. El juego mental del encierro se expiraba en el momento de colocar la cama. La sensación de encierro aumenta al ver la cantidad cerrada, al igual que las dos únicas ventanas, cerradas y con cortinas que arrastraban al suelo. La claustrofobia se terminaba de esconder con dos puertas más, las del closet: rosadas con ramas y manos marcadas en rojo, y una serie de de rayas a marcador negro, figurando monstruos siempre; ahí se encerraba cuando quería suicidarse, pero lastimosamente no encontraba el punto final debido a alguna cucaracha que salía al llanto inmediato desde debajo de los zapatos que ya no usaba. Aun intenta deshacerse de esos zapatos, de las cobijas rotas y de la ropa sin uso que se infecta con el olor a excremento de ratón.
Debajo de la cama hay huesos, hojas pintadas, más rayas en la pared y un cartel roto, remendado y en francés mal escrito “Je ne te croix pas MON AMOUR” entre tiza, pintura y el marcador original y con manchas que quedaron luego de ser empapado en un hotel de otra ciudad, producto de la desesperación para salir de la ducha a la cama y no caerse uno encima del otro a medio camino. (Habría sido un golpe trágico, aunque el golpe más trágico llegó cuando ella a los días lo dejó con las notas de una canción que él antes le dejaba a otra)
Ahora en casa, rodeada de las cortinas, las puertas –reales e imaginarias- piensa que llegará a la cama a salvo. Pero ya al cruzar hojas, pinturas, maderas y pinceles, basura, tazas, la melodía de las  moscas alrededor de los oídos, lápices y fotos regadas en el suelo, toca la tierra de su cama y se queda a soñar. Era la misma ciudad que soñó hace algún tiempo. El mismo anuncio publicitario, el mismo edificio. Tiene sueños recurrentes, y este, pese a que solo le ha sucedido dos veces, por fin tuvo significado. Caminaba y caminaba siempre rápido. La primera vez se fue en un bus equivocado, la segunda vez también. No tenía boleto de regreso,  no sabía a donde iba.
La primera vez el sueño se detuvo, en los años anteriores, cuando le sucedió. Esta vez llegó al destino. Un chico sin camisa salía de la clase de literatura. Era una ciudad calurosa. Y por fin lo encontró. Para pedirle ayuda que no fue necesario mencionar, porque de inmediato arregló su bolsillo y se notaba que había lo que buscaba ella. Se sintió aliviada de saber que volvería a casa porque ya tendría para comprar el boleto. Él no la abrazó. La saludó y ella notó su indiferencia. Pero fue a verlo y eso hizo, por accidente al parecer. Detrás de ellos había una niña con ojos hermosos, pero ya no tenía la edad de cuando ella la conoció en fotos. Era alta y conservaba los mismos ojos grandes y escandalosamente llamativos. No la saludó. Se alejaron y caminaron por la calle que también soñó la primera vez. La llevaba de la mano y de pronto se entraron en un lugar donde todo el espacio era vacío. Las columnas hacían arcos y la basura rodeaba las ramas y sus pies. El la abrazó entonces, flexionando sus rodillas casi hasta tocar el suelo, y sus ojos quedaron al nivel del vientre de ella. La miraba desde esa distancia y ella de pie, rígida y ya desvanecida por el acto, con el pecho apretado y la falta de respiración, por acto de nervio o emoción le pidió perdón mientras el lloraba y le decía “no me dejes”. Ella tuvo ganas de llorar. Lo levantó y llegaron donde los buses se vuelven. El teléfono sonó y ella dijo “me equivoqué, ya estoy de vuelta”…
Al día siguiente, luego de despertar y el café de la mañana, la jornada de trabajo y el almuerzo, pasó por la calle, pero no en la otra ciudad sino en la de ella. El anuncio, el edificio y un bus estacionado frente a un taller mecánico. Lo demás fue solo un sueño y coincidencia. A él ya nunca más lo encontró aunque ella piense en hacerlo, cada día.

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